Escrito por Juan José Vásquez
el Tue Feb 20 2018
Give Up es de esos discos que al escucharlos te dan ganas de enviárselo a alguien más después de haber buscado toda la información posible. Luego de haber leído que la banda estaba compuesta por Benjamin Gibbard y Jimmy Tamborello, un dúo que no se conocía y comenzó a grabar demos por separado, los que se enviaban mutuamente por correo, de ahí salió el nombre. Y uno se emociona, una emoción súper genuina que nace entre medio de sintetizadores y la voz característica de Gibbard para hacer llorar a cualquier nacido en la generación de Hey Arnold.
Hacer una descripción del disco es un tanto complicado, no por lo diverso de su sonido, sino más bien por lo que genera al escucharlo. Sí, esta lleno de sintetizadores que suenan como juguetes de niños pequeños. Sí, también está lleno de la sensibilidad romántica de Gibbard, junto a su voz que provoca pena. Incluso sabiendo todo lo que puede contener un disco así, impresiona. Dan ganas de compartirlo, escucharlo hasta que se acaba y darle a play otra vez.
No hay forma en que el dúo de Tamborello (en aquellos años viviendo en California) y Gibbard (en Seattle) pudieran hacer un disco. Separados por 1544 kilómetros en 2002, sin Dropbox ni WeTransfer, el primero grababa los samplers y se los enviaba al vocalista de Death Cab, y éste, grababa encima las voces y las reenviaba a Los Angeles. Aunque la distancia no se nota, la producción final del disco es notable.
Desde su lanzamiento en 2003, pasaron 6 años para que volviera a ser relevante gracias a Owl City y su canción «˜Fireflies»™. No obstante, «˜Give Up»™ se puede sostener por sí solo, de la misma forma en que se concibió. Son diez canciones que tienen vida por sí mismas: es posible seguir la letra de cada uno de los cortes sin necesidad de haberlas escuchado antes, el tiempo de cada canción es súper orgánico.
Hay momentos, en especial letras de ciertas canciones que pecan de ridículas, demasiado ridículas y sentimentales sin necesidad de serlo. Pero se los puedo perdonar, ya van 15 años desde el lanzamiento de «˜Give Up»™ y solo parece mejorar con el tiempo. Quince años y aun existe la necesidad de escribir sobre él, no sobre analizarlo, sino que compartirlo, entregarle a otros, esperando la misma emoción que nos provocó escucharlo por primera vez aunque sea veinte o treinta años después de su lanzamiento. Si hay discos que se consideran conocimiento necesario y cultural, el único larga duración de Tamborello y Gibbard lo es.